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viernes, 8 de agosto de 2014

La analogía prometida!

En la entrada anterior me despedí diciendo que escribiría una analogía de lo que intentaba transmitir. Pues bien, me tomó algunos días más de lo que esperaba, pero ya desde el párrafo que sigue arrancamos y derechito hasta el final:

Los humanos somos al infinito como un dedo chico del pie es a nosotros: somos pequeñitos, y algunos hasta cuestionarían nuestro valor, utilidad, o razón de ser, y dirían que en la siguiente etapa evolutiva no existiríamos... Yo no soy quien para saber si acaso habrán dedos chicos y/o personas en el futuro, pero sé que los hay aquí y ahora y que son, entonces, parte necesaria del organismo mayor aquí y ahora.

Pero volvamos a la analogía: la gracia de los humanos es que tenemos la capacidad de pensarnos a nosotros mismos. Aparte de ser, pensamos en ese ser. Es como si el dedo chico de un momento a otro se descubriese dedo chico y dijese "soy un dedo chico; puedo contraerme o estirarme, moverme así o asá, y todo esto me hace ser lo que soy". 

La desgracia de nosotros los humanos es que justamente porque podemos pensarnos a nosotros mismos nos hemos convencido de que somos individuos, de que somos un algo ajeno y separado a todo lo demás, un observador externo. Es el dedo chico que se deja llevar por su capacidad de saberse dedo chico y se olvida de que es parte de un pie donde hay otros dedos tan dedos como él, y todavía más, un ser humano entero que se yergue por encima.

Esto es una desgracia porque sólo desde la conciencia unificada puede el dedo chico aportar al movimiento del pie. Si se olvida de que es parte del pie y de que hay otros dedos cumpliendo otras funciones, en el mejor de los casos andará siempre a tientas en la oscuridad y haciendo tonterías: causando que el hombre se tropiece, o golpeándose contra los muebles, o cosas de ese tipo. No es para nada bueno el mejor de los casos, pero sigue siendo mejor que el peor.

En el peor de los casos -que es el que prima en la humanidad en estos tiempos-, el dedo decide rebelarse. El dedo rebelde se llena de importancia personal, y dice "soy dedo y porque lo soy y lo sé merezco todo en este mundo. Merezco felicidad garantizada. Merezco no trabajar por lo que quiero. Merezco, reclamo y exijo". Este dedo irá conscientemente en contra del pie. Se expanderá cuando debería contraerse y se recojerá cuando debería expandirse, o se quedará para siempre recojido y apretado, o, en el fondo, cualquier conducta contradictoria al fluir del pie. El dedo está convencido de que puede y debe ganarle al pie, a los otros dedos, y al humano entero.

Pero el dedo olvida que es sólo un dedo. Que sin un pie no es nada. Que, además, de su rebeldía el único que sale lastimado es él, porque, de nuevo, se golpeará contra los muebles, o aterrizará con la uña en lugar del cojincito a la hora de caminar, o generará dolor en sus propios músculos y esqueleto... el pie por mientras sigue avanzando, y el humano con él. Avanzará más lento o menos bien de lo que avanzaría si el dedo cooperara, pero avanzará mismo así. Con su rebeldía, entonces, el dedo sólo consigue hacerse daño y hacer un poco de daño a lo que está a su alrededor y por encima, pero eso es todo. Eventualmente, el dedo morirá y todo su camino de importancia personal se disolverá en la nada como si nunca hubiese existido.

Hay, claro, otra opción para el dedo, que la sugerí por ahí: la cooperación. Si el dedo chico se sabe dedo chico y se dedica a entregar energía a este saberse dedo chico, eventualmente llegará a su conciencia que ser dedo chico es parte de ser pie y que conlleva una función: que ha de expandirse en ciertos momentos y contraerse en otros para ayudar a la pisada. Entenderá que hay otros dedos también realizando esta función, sólo que en otra posición; entenderá que aquellos dedos que reman para el otro lado sólo están todavía pegados en la misma rebeldía que él acaba de abandonar; y entenderá, por último, que no está en sus manos hacer del dedo gordo menos gordo o del anular un poco más largo... que sólo le toca realizar su labor de dedo chico.

Un dedo despierto cumple su función impecablemente, sin flaquear ante lo desconocido, ni ante el dolor, ni la pena. Y no es que un dedo despierto esté hecho de acero, es que está lleno de asombro: para él, poder concebir un pie, otros dedos, y que todo esto se está moviendo, que encima de eso hay un humano con una voluntad que guía el movimiento... es todo tan magnífica y sencillamente asombroso.

A veces el dedo despierto se golpeará también contra los muebles, y le dolerá, pero el dolor le dirá que allí es cuando tendría que haberse contraído en lugar de expandido, y entonces el dedo será feliz y agradecido porque aprendió a realizar mejor su labor. A veces el dedo despierto hará que el humano encima de él de un tropezón, pero rapidamente tomará conciencia de esto y sabrá hacerlo mejor una próxima vez. El dedo despierto no necesita ser victorioso, sino sólo dar la mejor batalla posible.

El dedo despierto no busca escapar de su función ni del fluir del pie o del humano; busca sólo realizar su labor. Y mientras realiza su labor, el dedo despierto se preocupará de dejar salir su espíritu libremente, porque sabe que si lo tiene es para eso, para que salga y sea libre.

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