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sábado, 29 de agosto de 2015

El Diablo

      El punto que quiero desarrollar aquí es que el diablo es sólo el primero de los locos, el más incromprendido de los incomprendidos. No hay malicia en él, porque incluso si la hubiera, es sólo parte del mundo; no es el Rey de los Infiernos, o al menos no por voluntad propia; no quiere corromper a nadie ni reclutar ejércitos contra dios porque, de hecho, se reconoce tan hijo de dios como cualquier otra cosa en este mundo y sus planes no difieren de los de dios. El diablo quiere que nos iluminemos, que trascendamos el mundo físico, que reconozcamos la divinidad en nuestro interior; es sólo que sus métodos pueden ser difíciles de entender, porque su función es polarizar.

       Entonces, yo no sé mucho de la historia de las religiones y prefiero evitar meterme mucho en esos temas para no herir la sensibilidad de nadie; pero sí quiero recoger dos símbolos que descansan en mi cabeza: el primero, que el diablo, Lucifer, se opuso a dios; el segundo, que fue desterrado a las profundidades de la tierra. Para todo lo demás, me valgo del diablo en el tarot, porque el lenguaje simbólico permite encausar hasta la más temible de las figuras.

El Diablo en el Tarot de Marsella
       Me interesa la parte de la oposición a dios porque creo que esa es precisamente la función del diablo: oponer. Mostrarnos el otro lado. Cuando estamos segurísimos de nuestras ideas y convicciones, allí aparece el diablo a decirnos "¿Estás verdaderamente tan seguro? ¿Qué sucedería si lo ponemos a prueba?", y entonces nos muestra el lado B; nos invita a cuestionar estas ideas y convicciones, porque sólo manteniéndose firme ante la duda, ante lo desconicido, es que comenzamos realmente a creer y a crear.

      Lo del destierro (o entierro quizás) me gusta porque creo que entrega conciencia sobre la naturaleza del desafío, de la polaridad que nos propone el diablo, que es lo terrenal. El diablo está en las profundidades de la tierra porque es la tierra; es el cuerpo inferior, y entonces las pasiones, los deseos; pero, porque de allí nacen, también el impulso, la creatividad, la forma, el camino que recorremos. Dios es el ángel supremo; es la casa, el origen, la Fuente, la luz, el cielo; el diablo es este plano, la Tierra, el planeta, los sentidos, el cuerpo. Dios es el águila; el diablo es la serpiente; el llamado del ser humano es a ser la serpiente emplumada, Quetzalcoátl (donde Quetzal es un ave y Coátl es la serpiente), es decir, la unión de los dos mundos: el celestial y el terrenal.

     Así, no es que el diablo nos tiente para hacernos caer en la maldad; no es que quiera destruir al ser humano ni la creación porque eso no le sirve de nada. Él es parte de la creación, y sus objetivos son los de toda la creación; si nos tienta es nada más para mostrarnos una parte de nosotros mismos. El diablo es, en el fondo, la sombra, y por eso siempre se lo representa tan feo como pueda imaginárselo el artista de turno: es todo aquello de nosotros que no queremos ver. Se lo hace feo para evitar mirarlo, pero esto es un error, porque la única forma de volver a casa es aceptar nuestro ser terrenal e infundirlo de divinidad. Hay que mirar al diablo hasta que podamos apreciar en él el rostro de dios.

     Miremos ahora la carta del tarot que la internet amablemente me ha proveído para esta entrada. Todo en él indica seducción, y es común asociar al diablo al sexo, porque es quizás lo más tentador. El mismo hecho de que tenga cara en la guata nos habla del placer, porque ahí está el apetito y el segundo chakra, relacionado con la capacidad de dar y recibir. Teniendo senos y pene, da para entender que seduce igualmente a hombres y mujeres; de hecho, podría decirse que los seres atados al pedestal son, de izquierda a derecha, mujer y hombre respectivamente.

     Estos seres tienen la clave para darle la vuelta al diablo y aprender a mirarlo con buenos ojos, precisamente porque ellos le miran con alegría. Ellos no se ven sometidos, pese a estar atados; no se ven descontentos; se ven, más bien, entregados. Para mí, el mensaje es claro: si te entregas así como así, pues te estás atando al pedestal -que no al diablo en sí mismo, y esto es importante, porque implica que primero le estás contruyendo un altar y es a éste altar al que te estás encadenando. Si lo subes a un pedestal, ya no estás mirando al diablo a la cara, y entonces éste te preguntará "¿Qué opinión tienes de mí? ¿Qué lugar le das a tus apetitos?".

    Al diablo no le sirve tener personas encadenadas, por muy felices que ellos crean estar. No le sirve que lo idolatren, sólo que lo acepten como parte integral de uno mismo. No se trata entonces de evitar, por ejemplo, el sexo, porque eso es evitar parte de lo que nos hace humanos; eso es no mirarlo a la cara, y el diablo va a encontrar la manera de ponerse frente a ti para que lo mires. Se trata, pues, de entender porqué el sexo (o el apetito o lo que sea), de encausar nuestras sombras, de darles un lugar en nuestra vida; sólo expresando lo que somos podemos trascenderlo.

     He escrito antes que el diablo es el primero de los locos. Esto forma parte de una historia que yo me cuento a mí mismo para entender mis propios diablos, y la relación entre cielo y tierra. Para mí, el diablo es el primero que se atrevió a pensar diferente: estaban ahí todos los ángeles con dios, contentos en su divinidad, en la paz; pero el diablo intuye que hay algo más. El diablo quiere comenzar un camino de experiencia para conocerse a sí mismo; quiere entender qué es esto que percibe, ese algo más, y entonces baja a la tierra, se mete bien profundo en ella, bien lejos del cielo para poder conocer lo nuevo.
   
     De alguna forma, el diablo intuye su densidad, su sombra, y decide explorarla. Eso hacemos los locos: buscamos un camino diferente, uno que nos haga sentido; el diablo inauguró este camino terrenal. Fue el primero de los ángeles en encarnarse para aprender, y luego muchos le han seguido (tantos como personas hay en el mundo); él los guía a través de las sombras porque él conoce de estas cosas. Los pone a prueba para que puedan encontrar su luz y aprender a no dudar de ella: sólo un desafío verdadero templa el espíritu de un guerrero.

     En el fondo, lo que intento decir es que así como dios está en todos nosotros porque somos parte de él, el diablo también está en todos nosotros y somos parte de él; ninguno es mejor que el otro, porque son sólo dos caras de la misma moneda. La verdad es que las representaciones las hacemos nosotros; la separación la hacemos nosotros; al universo le viene en madre si hablamos de dios o del diablo porque para él es todo lo mismo. La existencia separada es una ilusión creada por la conciencia de ser que tenemos los humanos, y la única función de esta separación es trascenderla. Para eso, comenzamos por admitir todo lo que somos, sin prejuicios; aceptarnos, amarnos como somos, y desde allí empezar a caminar.

lunes, 13 de octubre de 2014

Lecturas de "Mejor Perder"

      Me refiero a la canción por Verónica Soffia, que ella amablemente me prestó para poner en este mi blog y comentar. Es una estupendísima canción desde donde se mire, pero lo que comparto aquí son cosas que activó en mí atender la letra, y pues por eso lecturas.

      La primera de mis lecturas (o escuchadas) fue un acuerdo absoluto. Pensé "claro que sí, tampoco quiero este ritmo de competencia y locura y agresividad: prefiero perder".

      Pasado un tiempo, sin embargo, pensé: si tengo las capacidades para ganar, ¿por qué voy a preferir perder? ¿Por qué no participar? ¿Por qué no hacerme cargo de mi vida y, agradecido por mis virtudes, utilizarlas? 
     
      Esas preguntas ilustraron en mí algunos puntos: primero, si "ganar" es tener dinero y abundancia, "perder", ¿qué es?; segundo, sea lo que sea, "perder" sólo me puede perjudicar a mí, esto es, no ayuda a nadie; tercero, "ganar" es un objetivo, y como tal, un camino. No se gana sin esfuerzo y trabajo, y entonces quien gana se lo merece.

      Quiero decir: el problema está en cómo vivimos la competencia, y no en la competencia misma. El problema no es que lo que yo gane otro lo pierde, porque eso tiene que ser así: la única forma de que el incentivo sea real es que la situación sea real; el que pierde tiene que perder de verdad y lo mismo el que gana. El problema es, entonces, que ponemos en la competencia nuestra importancia personal; que confudimos poder con dominación; que vemos el mundo como una serie de casualidades donde a cada uno le toca lo que le toca y así la competencia es injusta...

      El mundo será por siempre predador, y todo en esta vida siempre será un desafío; tenemos que aceptar ese desafío e intentarlo con todo. Lo contrario es opacarse a uno mismo, y eso no le sirve a nadie. Lo que debe cambiar no es la competencia, son nuestros pensamientos. 

      Nosotros somos responsables de crear un mundo mejor -creyendo en él. Tenemos que creer que hay una razón para todo, tenemos que creer que la competencia es justa de por sí pues todos tenemos las herramientas necesarias para cumplir la particular misión que vinimos a cumplir (que no es otra que ser en plenitud, por cierto), que somos todos parte de uno; todo eso tenemos que creer para dar forma a un mundo mejor.

      Pero creer no es algo que se dice y ya. Creer es entregar; creer es darle la posibilidad a algo de que influya directamente en nuestra vida; si yo creo que todos somos uno, tengo que vivir así, y saber decir que no cuando es no y que sí cuando es sí; saber ser tan respetuoso conmigo como soy con el prójimo y viceversa; saber que si le hago mal a alguien soy yo el primer afectado. Todo eso tiene que estar en mi forma de interpretar el mundo y los sucesos, de lo contrario no es creer, es sólo hablar.

      Un ejemplo de creer es el mismo ritmo de competencia y locura y agresividad: si yo creo que está ahí, pues lo voy a ver, porque le estoy entregando esa validez. Le estoy entregando la capacidad de interpretar lo que veo. Si, en cambio, veo ese ritmo en las personas y no en el mundo, puedo saber que no por entrar en él seré como ellos, que no es necesario ser así para "ganar", que son ellos, y no el mundo, el que anda mal. Eso ya es una persona viviendo en un mundo mejor.

     La última lectura es la que le termina de darle sentido a todo esto: ganar o perder no tiene ningún sentido cuando la muerte es la única cazadora. El ganador y el perdedor se van a morir, y a eso nadie le puede ganar; lo importante no es el resultado, si no el proceso; lo importante no es lo conseguido, si no lo vivido. 

      Es por esto que la relación entre creer y crear es tan estrecha: ninguna concepción de mundo jamás podrá ganarle a la muerte; ninguna jamás podrá explicar el orden universal porque siempre será parte de él; cualquier interpretación, por lo tanto, es igual. La única diferencia es para quien la vive. Para vivir en un mundo mejor, hay que creer que el mundo es mejor y estar dispuesto a meter a la misma muerte en ese paradigma; sólo entonces es verdadero.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Grandes, grandes planes, señores y señoras!

      Muchas personas insisten en preguntarse si acaso estamos solos en el universo; yo creo que no, pero no miro a otros planetas para fundar mis creencias: acá mismo en la tierra existen poderes; existen otras presencias, otros racimos de vibraciones con consciencia de sí mismas, intención y voluntad. Ejemplos van desde las plantas alucinógenas hasta el mar, el viento, las montañas... todo en este mundo es vida porque todo está hecho de vida.

      Varias de estas presencias están aquí para ayudarnos a conocer nuestro legado. Entre medio son felices siendo lo que son, claro, y difícilmente van a salir de su camino por ayudar a uno de nosotros, pero si vamos a ellas con humildad y respeto, nos entregan respuestas a lo que preguntemos. Las respuestas a esas preguntas son el camino a la consciencia expandida; la consciencia expandida es nuestro legado como seres humanos.

      La mayoría de estas presencias son en realidad muy amigables, y si ven que una persona llega a ellas sin estar preparada, se abren a jugar con esta persona y divertirse un rato. No piden nada a cambio, sólo se divierten, aunque claro, hay presencias más oscuras e incluso las hay demandantes.

      El poder es cosa seria y más vale andarse con cuidado cuando se trata con él, tenga la forma que tenga, pero lejos la peor decisión es ignorarlo y hacer como si no existiera. Las personas hemos hecho justamente esto, y hemos creado un mundo encima del mundo para mantener la ilusión; este mundo creado se sustenta únicamente en relatos, y a estos relatos les damos el poder de gobernar nuestras vidas y decidir por nosotros. Todo esto para seguir creyendo que tenemos el control, cuando en realidad lo entregamos a palabras que ni siquiera son las propias. Es un desatino sin fin.

      Por suerte, el poder y los poderes son maestros compasivos y nos van a esperar todo el tiempo que tengan que esperarnos. Pasa que tienen grandes planes para nosotros.
      

    

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Polos visionarios: la serpiente y el águila.

       Hoy quiero hablar un poco sobre Chicchán y Men, la Serpiente y el Águila en los kin maya. Quiero hablar de ambos al mismo tiempo porque son opuestos (o antípodas), y los opuestos en los kin maya son inclusivos, holísticos: están contenidos el uno el otro. Son, digamos, dos polos, de modo que la enseñanza es la misma para ambos, porque deben buscar el equilibrio. El caso de Men y Chicchán se presta muy bien para acercar lo que intento referir: si el águila está arriba en el cielo, y la serpiente abajo en la tierra, la enseñanza para la una es aprender a ver desde abajo y para la otra, desde arriba. La plenitud, para ambas, se encuentra en un punto intermedio.

           Por tratarse de opuestos, voy a abordarlos desde un nuevo formato; si se anima me cuenta qué le parece. Vayamos pues:


         La serpiente es la experiencia concreta. Se arrastra por el piso, de modo que su visión es linear. El águila, en cambio, ve desde arriba, y así que su visión es global.

        Para la serpiente un obstáculo (digamos por decir algo una roca grandota) puede parecer insorteable, porque no ve que le puede pasar por el ladito o por encima o por la grieta en el centro. El águila, desde arriba, ve la respuesta como la cosa más evidente y tiende a enjuiciar a la serpiente: "estúpido reptil, ¡cómo dejas que eso te bloquee! ¡Es un obstáculo tan pequeño!". Y es que para el águila no hay más que planear un poquito y ya está al otro lado. La roca ni existe para ella.

        Pero la serpiente no se queda callada. Le responde "mire señorita águila, hasta que usted no haya vivido la experiencia de sortear el obstáculo, no ha aprendido nada". Tiene la serpiente mucha razón, porque sólo la experiencia nos enseña. El águila se proyecta hasta donde ve su visión, pero si tan sólo planea hasta allá, entonces cualquier lugar es igual que otro. Si no hubo camino, si es sólo proyección mental, no ha habido nada.

        Chicchán debe aprender de Men que ninguna roca es un obstáculo determinante; que más que arrastrarnos las personas volamos en este viajecito cósmico que es la vida; pero Men tiene que aprender de Chicchán que necesitamos pisar tierra para poder despegar. Si no, no es vuelo, no es vida.


       El águila tiene la capacidad de ver con mucha precisión y enfoque, cosa que suele aplicar a la hora de ver a los demás, transformándose en una persona muy crítica. Como ve más allá, tiende a ver a los otros como muy atrás en el camino, muy poco evolucionados, y desde allí genera toda suerte de prejuicios hacia lo concreto, lo burdo, lo mundano.

     Chicchán, por su parte, se identifica tanto con lo sensorial que ese "lo mundano" la emboba y se pierde en los vicios, en lo terrenal. De modo que ninguna cosa es mejor que la otra, porque como vengo diciendo, ambas son necesarias y parte de la vida: no debemos identificarnos ni con la capacidad visionaria ni con la experiencia sensorial, porque somos aquello que está entremedio de las dos cosas.

       Men, en ese mismo ver más allá, representa la conciencia cósmica, y así que la gente de esta tribu suele dedicarse a despertar a los demás de un modo u otro. Por eso es tan importante que sepa dejar de lado sus prejuicios: no va a ayudar a nadie si los juzga por estar "más atrás" en el camino; si, por ejemplo, piensa que quien ocupa su mente en autos y dinero simplemente está mal y no debería existir.

      Pasa que, para quien vive en este mundo, el auto y el dinero son cosas muy importantes. Para la experiencia concreta, para la visión lineal de Chicchán, son la aspiración de la vida, el sinónimo de éxito, y aunque esté equivocada, está también en lo correcto: ni el dinero ni el auto son necesarios, pero ambos pueden ayudar, ambos pueden ser herramientas, ambos cumplen una función. Tienen su lugar en este mundo. Además, quien ocupa su mente ansiosamente con autos o dinero no es peor que quien la ocupa con juicios hacia los demás o expectativas y exigencias hacia sí mismo.

     Men es lo intelectual, lo sutil, lo referente al sexto y séptimo chakra. Men vuela cerquita del origen, y es justamente por eso que puede carecer de interés por este mundo... pero eso es parte del mismo prejuicio del que vengo hablando. Si estamos vivos es para algo, y en todo caso, la experiencia de vivir es en sí tan asombrosa que basta y sobra para querer vivirla.

     Chicchán, en cambio, es lo burdo, lo sensorial, lo físico, primer y segundo chakra. Estos chakras son la base, y sin base no hay edificio; de nada sirven el sexto y séptimo chakra con toda su divinidad si no tienen la fuerza, el empuje de la voluntad de vivir. Ese instinto primario es Chicchán: sobrevivir, reproducirse, sentir, experimentar; es lo más primordial de nosotros los seres humanos... y sin eso no somos nada. El instinto sabe mucho más que los miles de años de intelecto, y eso que el intelecto harto sabe y harto sirve también.

     Lo que intento dibujar aquí entonces es la serpiente emplumada, Quetzalcoatl: mitad águila, mitad serpiente. Tan burda como sutil, tan elevada como terrenal. Porque eso somos en realidad los hombres: mitad divinos, mitad terrenales. Sólo haciéndonos responsables de ambas partes y reuniéndolas expresamos nuestro verdadero potencial y propósito en este mundo.

    Los pensamientos deben ser acompañados de actos y los actos deben ser acompañados de pensamientos; en ese armonizar ambas cosas se expresa el alma.

   Expresar el alma es el significado profundo de nuestra existencia.

miércoles, 27 de agosto de 2014

La influencia de Eb: libertad.

Otro sello al que conviene tenerle ojo en estos tiempos es Eb, el Humano, sello 12. Ahorita que cambio de párrafo le cuento un poco más.

Eb es la conciencia, la capacidad de pensarse a uno mismo, de armar relatos a partir de todo cuanto nos sucede. En su sombra, Eb se sobre-identifica con estos relatos y le es imposible trascenderlos; no aprende de lo que le sucede, no escucha consejos de los demás, lucha por imponer su voluntad, se convence de que es él sólo contra el mundo y de que todo cuanto ha conseguido es su propio hacer y mérito. La sombra del Humano, en resumen, es la importancia personal.

      Por el contrario, cuando Eb está despierto, es receptáculo de la sabiduría cósmica, y se siente igual a todos los demás porque mide a las personas conforme a su distancia del infinito -todos estamos igual de cerca, y justamente por eso, somos, de hecho, todos iguales. Algunos sólo estamos más concientes de ello.

      Digámoslo así: el humano dormido no conoce su misión en este mundo, aconseja a otros pero no sabe qué hacer con su vida; despierto, guía a los demás, ayudándolos a madurar y crecer. El humano dormido es terco, cerrado y orgulloso; despierto, es receptivo, atento, solidario; dormido, sobrevalora lo intelectual o bien lo subvalora, se subvalora a sí mismo en esa área; despierto, su intelecto es tan sólo una herramienta más al servicio de su voluntad... Eb, cuando dormido, es un poco el cógito ergo sum exacerbado: es sus pensamientos y sus relatos, y tiene miedo de soltarlos porque siente que dejará de ser junto con ellos. Despierto, sin embargo, es una segunda lectura del mismo cógito ergo sum: percibo, soy conciente de cosas, sean las que sean, luego, existo. Lo interesante acá es que una de las cosas de las que se es conciente son los propios relatos, y entonces, ¿qué son sino tan sólo otra cosa que percibir? ¿Qué sentido tiene apegarse a ellos, y darles el poder de forjar nuestras vidas?

        En estos tiempos, estamos todos llenos de importancia personal. Se nos enseña a percibir así las cosas, sobre todo desde las relaciones sociales: la gente "nos hace" algo (daño, sufrir, feliz, infeliz, sonreír, etc.), y detrás de ese algo hay una intención dirigida específicamente a nosotros; por eso, nos ofendemos si no van a vernos para el cumpleaños o si nos hacen esperar o si lo que sea. También, en el otro lado del espectro, puede que idealizemos a personas que nos hacen felices, o que nos hacen reír, o que tienen algo que admiramos; sea como sea, acostumbramos hacer de todo un asunto personal.

      El problema con ese modo de atención es que pone el poder en los demás. Los otros siempre tienen la capacidad de influir sobre nosotros, y entonces tenemos que estar siempre pidiendo que no nos ofendan o esperando que no lo hagan porque hay una relación de cariño entre medio. Pero ni los otros tienen porqué atender nuestros pedidos ni nuestras expectativas tienen porqué cumplirse; lo mejor entonces es recojer ese poder que ponemos en los demás y utilizarlo nosotros -mal que mal, ¡para eso está!

      De modo que: no es que otro nos haga sufrir, o nos haga felices, es que nosotros sufrimos o somos felices. La conciencia que percibe no es sólo pasiva, no es meramente un observador; es una conciencia que decide, y allí está la libertad -justamente, Eb es portador de la libertad, la que nace del amor propio, porque desde allí aprendemos a darle espacio y respeto a nuestros pensamientos, a nuestros deseos, a nuestros sueños.
    
      Por supuesto, esto no significa que nada de lo que nadie haga nos molestará jamás o nos hará reír jamás. En el fondo, las personas somos un conglomerado de vibraciones, y todo lo que expresemos es una vibración. Así, como bolitas chocando, cualquier vibración reaccionará de algún modo a la presencia de otra vibración, como cualquier nota musical suena diferente en presencia de otra nota -el mismo acto de percibir es una reacción. El tema está pues en no sobre reaccionar, y eso sí es nuestra decisión. Es decisión de cada uno qué hacer con la vibración ajena y su efecto sobre la nuestra: si armonizar, si chocar, si esquivar, si qué.

      La armonización es, creo yo, la mejor de las opciones. Sin embargo, a veces hay que saber chocar o esquivar o redirigir para poder llegar a la armonía, y por eso lo importante no es que seamos armónicos si no que queramos serlo. Que sea ese nuestro objetivo, el foco de la voluntad; lo demás llega por sí sólo, si se mantiene una mente receptiva -y eso es lo más importante: mente receptiva. La ausencia de ella es la gran sombra de Eb y lo que nos tiene como nos tiene.

      Hoy por hoy la sociedad dice que hay que enfocarse en lo activo -en crear, en hacer, en dejar huella, en ganar, en dominar. No hay maldad en eso, sólo herencia y miedo, pero lo cierto es que la mente despierta (que es nuestro legado y misión como seres humanos) es una mezcla de las dos cosas, lo activo y lo receptivo. 

      La forma más potente de "activo" es la felicidad decidida. 

      La forma más potente de "receptivo" es la humildad.

martes, 19 de agosto de 2014

Oc, Poder del Amor.

Estando en el umbral de los 30 años, es de esperar que muchos de mis amigos y amigas tengan hijos o estén entrando en el mundo de la paternidad. Yo mismo tengo sobrinos y pues es todo cuestión de tiempo: más y más hijos e hijas irán apareciendo por ahí.

Lo que me interesa acá es entrar en el tema del amor; parto hablando de los hijos porque el amor de los padres a los hijos tiende a ser cuestión que nos desborda. Pero por ahora suspendo este tema, que me voy a dar un paseito y ya volvemos a él.

       A su izquierda ve usted una imagen de Oc, el Perro en los kin maya; como sugiero en el título de esta entrada, Oc es el poder del amor. El Perro, muy como su contraparte animal, es lo social: las relaciones interpersonales, el vivir en comunidad, el amor de pareja, de familia; todo eso es el mayor foco de atención para la gente de esta tribu. Justamente por eso, Oc es muy leal; es un grandioso amigo y amante; muy de entregar, de estar ahí, de jugársela por los suyos... los perros viven en manadas. Es su estrategia de supervivencia, y por lo mismo cuidan a la manada y su territorio.

     El problema de Oc está en la espera. Espera muchas cosas: recibir a cambio de su entrega, y se enoja o se siente agredido cuando los que considera de su manada no responden a su entrega como a él le gustaría; en lo amoroso, espera que llegue la persona, la media naranja, el alguien que lo complete. Su aprendizaje, entonces, es aceptarse a sí mismo tal y como es, para sentir en ese acto que es amado justamente por ser como es, que no necesita de alguien más que se lo confirme. Que el infinito lo ama incondicionalmente... sólo desde esa certeza puede Oc (y todos con él, dicho sea de paso) entregar libremente, entregar porque le gusta entregar y no porque espera recibir.

     Desarrollar esa conciencia es un desafío no sólo para la tribu Perro; de hecho, si me siento a escribir sobre Oc es porque veo que su enseñanza es necesaria en estos tiempos. Su sombra está sobre todos nosotros, mismo como la del Guerrero en la entrada anterior. Esto no es culpa de nadie, es sólo lo que nos toca superar a los que vinimos a nacer en este lugar, en este momento, en este mundo.


     Estamos entrenados para pensar que lo que entregamos no regresa, y que por lo tanto debemos ser muy celosos y cuidadosos de a quién le entregamos qué, también porque el otro es rival y competencia. Hasta cierto punto esto está bien: sí debemos aprender a decidir qué entregamos, a quién y por qué, pero para llegar a ese conocimiento hay que practicar. Hay que entregar y ver cómo vuelve esa entrega.

    Es por eso que es importante dejar de lado nuestros miedos y aprehensiones; suspender nuestras expectativas y así aprender a ver cómo se nos devuelve lo entregado. A veces, nuestra forma de atención habitual diría por ejemplo "le entregué amor a esta mujer y ella va y se mete con otro, ¿cómo es eso recibir de vuelta?"; y pues recibió usted una lección importantísima. La próxima vez medirá su entrega y sabrá reconocer cuando la mujer es verdadera y cuando no sabe lo que quiere...

    Lo primero que debemos trascender entonces son nuestras ideas de "bueno" y "malo". No todo lo implacentero es malo y no todo lo placentero es bueno... nada es ni lo uno ni lo otro en realidad, porque todo es lo que es, simplemente, y en algún momento dejará de ser. Todo es impermanente; saber esto, saberlo en el cuerpo, es lo que nos permite sentirnos agradecidos de percibir lo que sea: bueno, malo, bonito, feo, venga como venga. Si ya nos sentimos agradecidos ya estamos en una vibración receptiva hacia el universo, y en esa vibración aprender lo que se nos enseña sale natural y fluido.

   Ahora, me engancho de lo impermanente para volver al principio y hablar un poco de la paternidad. Yo no soy padre; no me tocó ser mujer en esta vida tampoco, así que no sé lo que es llevar a un ser en el vientre y todo eso... pero sí sé que tampoco podemos dejar que ese amor nos desborde. Tampoco podemos dejarnos llevar por la idea de que "lo que salió de mi cuerpo es mío"... nuestro cuerpo tampoco es nuestro; es prestado. No nos lo llevamos con nosotros cuando morimos. Lo mismo pasa con los hijos: no son nuestros, no son nuestra responsabilidad absoluta; son de la vida, y ella se encargará de ponerlos a prueba, de ir mostrándoles su camino.

    Seguro que se enojó un poquito conmigo cuando hablo así desprendidamente de los hijos. Seguro que la idea de que no son su responsabilidad le choca. Y es que en nuestra sociedad se nos ha entrenado para enfocar nuestra atención con terquedad, y así hacernos responsables de cosas que no son nuestra responsabilidad -particularmente los demás y sus actos o intenciones. Se espera entonces que nos hagamos cargo de los hijos, económicamente primero y también amorosamente, educativamente, en fin... de todas las formas.

    Yo no vengo a decirle que abandone a sus hijos en la mitad de la calle porque a quién le importa. Vengo a decirle que les entregue lo que quiere entregar: que si los va a mantener económicamente y de todas las mentes habidas y por haber, que sea porque usted quiere, y no porque "es su deber". Sus hijos no dependen de usted, aunque parezca que sí.

    Si usted se muere, sus hijos encontrarán la manera de sobrevivir, y no hay tragedia en eso; si acaso los abandonara, ellos quedan en manos de su propia voluntad: si es fuerte, y si la vida lo pide, sobrevivirán. Tampoco hay tragedia en eso. Sólo decisiones de las que cada uno debe hacerse cargo. Insisto, no estoy hablando de apatía o desinterés porque el desprendimiento no es ni lo uno ni lo otro, sólo digo que una vida, cualquiera sean sus circunstancias, es un camino, y ningún camino es mejor que otro porque todos terminan en lo mismo y apuntan a lo mismo: todos vamos a morir, y todos estamos aquí para aprender y enseñar.

    Los hijos entonces vienen a enseñarnos todo lo que nos falta por trabajar, por trascender. Vienen a terminar nuestro trabajo, y por eso se dice que "nos eligen" como padres. Pero también vienen a hacer su propio trabajo, a forjar su propio camino, y allí es cuando el desprendimiento de los padres se vuelve tan importante -si bien es cierto que también por eso "nos eligen", que somos parte de su camino, ese camino no es nuestro ni de nadie más que de ellos.

    No se engañe creyendo que ese armar camino comienza a los dieciocho años o cuando sea; el camino comienza desde que la vida comienza: no es casualidad que hayan nacido donde nacieron, en este mundo, aquí y ahora... para el infinito todos los mundos son el mismo mundo; todas las vidas son la misma vida; y así que lo mismo le cuesta que alguien nazca aquí o allá, ahora o en el pasado o en el futuro (¡como si esas cosas existieran!). Así las cosas, nada de eso puede ser casualidad.

     Está bien querer mucho a los hijos. Está bien que lo quieran mucho a uno y permitirse sentirse regocijado por ese amor. Todo eso es muy bonito y bienvenido sea. Sólo deja de estar bien cuando permitimos que nos desborde; cuando, como Oc, creemos que sólo somos completos por nuestra función de padres o por lo que entregamos a nuestros hijos; cuando esperamos cosas de ellos (por ejemplo, que sean todo lo que no fuimos; que cumplan lo que sentimos que no cumplimos y nos tiene frustrados; etc.)... los hijos no son nuestros, son de la vida. Es la vida, la Tierra, y el infinito todos juntos los que piden prestado un vientre para poder dar inicio a otro camino, a otra vida, a otro agente que transmitirá sus aprendimientos a los poderes que nos guían.

     Pero este pedir prestado no es gratuito: el universo nunca toma sin dar a cambio. Cualquiera estará de acuerdo conmigo en que los niños son una maravilla; son una luz en el mundo, un recuerdo permanente y viviente de nuestro origen; su amor puro y transparente nos recuerda la virtud de amar sin esperar nada a cambio... todo eso y más recibimos de los hijos, sean "nuestros" o de otras personas. La gracia es poder ver lo grandioso que es eso para entonces no quedar esperando más; es poder sentirnos completos, porque, ya lo decía, sólo desde ahí podemos practicar el desprendimiento, el entregar libremente como nos entrega el universo a nosotros.

    Quizás todavía no me cree y/o todavía está enojado conmigo. Está bien. Está en su derecho. Pero lo que digo acá es en realidad un mensaje de libertad: libérese, olvídese del deber ser, que de nada sirve. Es importante que lo diga ahora le moleste a quien le moleste, porque a todos se nos ha acabado el tiempo; seguro que lo ha notado usted. Seguro que de un tiempo a esta parte le vienen pasando cosas fuertes y ha tenido que enfrentarse a sus miedos; ha tenido que derrumbar torres de certezas... tampoco eso es casualidad.

    El amor más grande y más incondicional es el que permite al otro ser el que es -el amor desprendido. Ese es el amor que tiene el infinito hacia todos nosotros, y prueba de ello es que somos los que somos: si no se nos amara por ser así, algún impedimento cósmico nos obligaría a ser de otra manera. El hecho de que no haya ninguna suerte de impedimento cósmico para nada ha de ser entendido como un mensaje: vinimos a esta tierra a experimentar corporalmente el amor incondicional, a aumentar esa llama en nuestro interior y entibiar con este fuego los corazones de los demás. Pero tiene que ser un calor tibio; no sirve si nos quema o si quema a los demás, ni siquiera a los hijos, porque entonces sólo hace daño.

Un temita ad-hoc, que además es buenísimo: Ruben Blades - Amor y Control

viernes, 8 de agosto de 2014

Kin Maya y el Guerrero.

Un Kin Maya se define como la combinación de un sello solar más el tono lunar. La base de todo esto son los calendarios mayas: uno solar, midiendo los 365 días que toma a la Tierra dar la vuelta al Sol, y otro lunar, que separaba 20 meses de 13 días cada uno. Los dos calendarios tenían distintas funciones: el solar era relacionado con lo cívico y ciertas festividades religiosas; el lunar, con las cosechas, la caza, la pesca, y hasta el futuro de las personas. Todo esto es conocimiento de los eruditos y no mío; además, pareciera haber al respecto toda suerte de opiniones divergentes, o al menos yo me he topado con varias. Yo no sé lo que es verdad y lo que no, pero lo que aquí escribí se lo leí y creí a la siguiente página:


http://calendariomayaplus.blogspot.com/2010/12/el-calendario-maya.html

Lo importante en todo caso es saber que lo que hoy se lee como "Kin Maya" y lo que yo uso como herramienta de trabajo es una combinación del calendario solar y lunar, esto es, la información de uno y del otro para un determinado día. La Onda Encantada a la que pertenece un kin determinado sería el "mes" de 13 días dentro del cual se sitúa la fecha en cuestión (que sería, por ejemplo, la fecha de su nacimiento), y la posición del kin dentro de esos 13 días es lo que nos indica el "tono". El "sello", por otra parte, es la deidad del calendario solar que regía ese día. Entonces, por ejemplo, si alguien le dice que su kin es Águila Magnética Azul, le está diciendo que para el calendario solar, el día de su nacimiento era regido por el Águila; para el lunar, ese día era el primero del mes, porque Magnético es el primer tono de una Onda Encantada.

De modo que aclarado eso, ahora le cuento de lo que sí sé: Sí sé que para usar estos calendarios los mayas se valían de arquetipos representados como deidades (que en mi opinión son la misma cosa), cada uno con un glifo asociado. La gracia de estos arquetipos es que son imágenes, conceptos abstractos sobre los cuales puede uno proyectar y enfocar su atención para expandir su significado y entender sus mensajes; la otra gracia es que, como son un cierto fluir de la energía, sus significados van más allá de un sólo día o una sola persona. 

Así pues, esta entrada es un poco sobre una de tales deidades: Cib, el Guerrero, que es importante porque está muy presente en estos tiempos: está en la forma en que las personas conducimos nuestras vidas y a nosotros mismos.

La mejor forma de empezar a indagar sobre estos arquetipos es presentarlos como una polaridad: lo que son cuando despiertos, cuando en plenitud, versus lo que son cuando en su sombra. El Guerrero, como yo primero lo aprendí, es la polaridad entre la Ternura y la Indiferencia, respectivamente; hoy, aquí, lo que quiero es transmitirla en otras palabras que me han parecido más adecuadas: la Entrega Absoluta y la Reserva Absoluta.

Cib es el poder de la inteligencia. Es la inteligencia que cuestiona, que quiere ir más allá; la búsqueda de la sabiduría, de la Verdad, y por lo mismo, en su sombra, se encierra en su propia cárcel mental. Se queda en la duda, en el cuestionar; no le permite a nada ser verdad porque ante todo está su duda; no le da lugar a la fé, a lo espiritual, y es imposible llegar a la sabiduría desde esa resistencia. 

El universo, la fuente cósmica, está siempre hablando con nosotros, pero hemos sido entrenados para desestimar lo que aparece como sabiuduría interior y creer sólo en lo palpable, en lo "demostrable"; esto mismo es lo que hace el Guerrero. Se obsesiona con su búsqueda de Verdad y mentaliza todo.

En su luz, sin embargo, Cib es la sabiduría madura, es la conexión con la Fuente; la palabra iluminada, la inteligencia al servicio de la persona y no al revés. Cib es el portador y guardián del fuego que ilumina a las mentes; en su sombra, más que guradián es carcelero, y no lo deja salir. 

Se lo digo en una imagen que me gusta: el Guerrero, en su sombra, tiene la espada frente a él siempre erguida y con el filo hacia afuera. Todo lo que llegue a él es diseccionado, cortado en dos o más pedazos para que así la mente lo pueda conquistar. En su luz, por el contrario, Cib mantiene su espada envainada y recibe todo como llegue, sin ánimos de controlarlo ni entenderlo, si no sólo de experimentarlo. Su espada está ahí por si hiciera falta, pero él sabe mejor que nadie que son muy pocas las veces en que hace falta.

Un Guerrero dormido no deja que nada entre a él, porque aunque jamás lo admitiría, vive presa del miedo: miedo a no entender, a que si no entiende es desconocido, y que si es desconocido cualquier cosa puede pasar, y que si cualquier cosa entonces sufrimiento seguro.

Un Guerrero despierto abraza su miedo y no permite que lo bloquee. Un Guerrero despierto confía en su poder personal, en su intuición, en su voz interna -todos tenemos miedo de lo desconocido, y está bien porque es de temer; el tema es que ese miedo sea una herramienta y no un bloqueo. Que nos sirva y no nosotros a él.

Así pues, ¿cuál es la fundamental diferencia entre la actitud despierta del guerrero y la dormida? ¡La entrega, claro! Cib, cuando dormido, tiene a su espada bloqueando su entrega tanto como su receptividad: lo uno no existe sin lo otro. Cree que cualquier cosa que entregue no volverá jamás y sólo le provocará dolor. Cuando despierto, por el contrario, Cib sabe que todo lo que entregue volverá aumentado, y no le teme a entregar ni a recibir.

Entregar es mucho más de lo que solemos pensar. Por ejemplo, darle a una idea la calidad de verdadera; creer en ella, suspender el recelo y la duda, es entrega. Es entrega porque si creemos en ella de verdad permitimos que influya en nuestras vidas. Del mismo modo, estar abierto a lo que llegue y como llegue es entrega; la humildad, es entrega; el silencio, el suspender las interpretaciones que acostumbramos, es entrega; abandonar viejos patrones que ya no sirven; abrir el corazón; hablar con amor; usar el mundo sólo lo justo y necesario (es decir, con ternura)... todo eso es entrega. Y toda esa entrega conduce a la sabiduría.

Vivimos en tiempos de Guerrero dormido, y justamente siguiendo esa línea es que muchos llegamos a pensar que el haber nacido en este mundo es una broma cruel y despiadada. Yo me sentí así en algún momento. Pero eso está lejos de ser verdad: ¡nacimos en este mundo para despertar! ¡Para desprendernos de las armas -el intelecto siendo la más popular de ellas!

Un despertar auténtico sólo puede ocurrir habiendo un sueño. Salir de los problemas sólo puede ocurrir cuando hay problemas. Si este mundo fuese todo lo que ideamos como "condiciones necesarias para entregar", no habría despertar posible; no habría compromiso con la propia entrega; no habrían condiciones para generar el amor propio, porque ese espacio ya estaría cubierto por el "mundo perfecto". Si mi entrega fuese recibida tal y como espero, siempre, ¿cómo voy a aprender a quererla? Si no hay vacío, ¿cómo me doy cuenta de que lo tengo que llenar?

La luz sólo se aprecia como tal cuando hay contraste; si todo es luz todo es blanco y es nada. Para que nuestra luz brille, entonces, nada mejor que un fondo oscuro.