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sábado, 29 de agosto de 2015

El Diablo

      El punto que quiero desarrollar aquí es que el diablo es sólo el primero de los locos, el más incromprendido de los incomprendidos. No hay malicia en él, porque incluso si la hubiera, es sólo parte del mundo; no es el Rey de los Infiernos, o al menos no por voluntad propia; no quiere corromper a nadie ni reclutar ejércitos contra dios porque, de hecho, se reconoce tan hijo de dios como cualquier otra cosa en este mundo y sus planes no difieren de los de dios. El diablo quiere que nos iluminemos, que trascendamos el mundo físico, que reconozcamos la divinidad en nuestro interior; es sólo que sus métodos pueden ser difíciles de entender, porque su función es polarizar.

       Entonces, yo no sé mucho de la historia de las religiones y prefiero evitar meterme mucho en esos temas para no herir la sensibilidad de nadie; pero sí quiero recoger dos símbolos que descansan en mi cabeza: el primero, que el diablo, Lucifer, se opuso a dios; el segundo, que fue desterrado a las profundidades de la tierra. Para todo lo demás, me valgo del diablo en el tarot, porque el lenguaje simbólico permite encausar hasta la más temible de las figuras.

El Diablo en el Tarot de Marsella
       Me interesa la parte de la oposición a dios porque creo que esa es precisamente la función del diablo: oponer. Mostrarnos el otro lado. Cuando estamos segurísimos de nuestras ideas y convicciones, allí aparece el diablo a decirnos "¿Estás verdaderamente tan seguro? ¿Qué sucedería si lo ponemos a prueba?", y entonces nos muestra el lado B; nos invita a cuestionar estas ideas y convicciones, porque sólo manteniéndose firme ante la duda, ante lo desconicido, es que comenzamos realmente a creer y a crear.

      Lo del destierro (o entierro quizás) me gusta porque creo que entrega conciencia sobre la naturaleza del desafío, de la polaridad que nos propone el diablo, que es lo terrenal. El diablo está en las profundidades de la tierra porque es la tierra; es el cuerpo inferior, y entonces las pasiones, los deseos; pero, porque de allí nacen, también el impulso, la creatividad, la forma, el camino que recorremos. Dios es el ángel supremo; es la casa, el origen, la Fuente, la luz, el cielo; el diablo es este plano, la Tierra, el planeta, los sentidos, el cuerpo. Dios es el águila; el diablo es la serpiente; el llamado del ser humano es a ser la serpiente emplumada, Quetzalcoátl (donde Quetzal es un ave y Coátl es la serpiente), es decir, la unión de los dos mundos: el celestial y el terrenal.

     Así, no es que el diablo nos tiente para hacernos caer en la maldad; no es que quiera destruir al ser humano ni la creación porque eso no le sirve de nada. Él es parte de la creación, y sus objetivos son los de toda la creación; si nos tienta es nada más para mostrarnos una parte de nosotros mismos. El diablo es, en el fondo, la sombra, y por eso siempre se lo representa tan feo como pueda imaginárselo el artista de turno: es todo aquello de nosotros que no queremos ver. Se lo hace feo para evitar mirarlo, pero esto es un error, porque la única forma de volver a casa es aceptar nuestro ser terrenal e infundirlo de divinidad. Hay que mirar al diablo hasta que podamos apreciar en él el rostro de dios.

     Miremos ahora la carta del tarot que la internet amablemente me ha proveído para esta entrada. Todo en él indica seducción, y es común asociar al diablo al sexo, porque es quizás lo más tentador. El mismo hecho de que tenga cara en la guata nos habla del placer, porque ahí está el apetito y el segundo chakra, relacionado con la capacidad de dar y recibir. Teniendo senos y pene, da para entender que seduce igualmente a hombres y mujeres; de hecho, podría decirse que los seres atados al pedestal son, de izquierda a derecha, mujer y hombre respectivamente.

     Estos seres tienen la clave para darle la vuelta al diablo y aprender a mirarlo con buenos ojos, precisamente porque ellos le miran con alegría. Ellos no se ven sometidos, pese a estar atados; no se ven descontentos; se ven, más bien, entregados. Para mí, el mensaje es claro: si te entregas así como así, pues te estás atando al pedestal -que no al diablo en sí mismo, y esto es importante, porque implica que primero le estás contruyendo un altar y es a éste altar al que te estás encadenando. Si lo subes a un pedestal, ya no estás mirando al diablo a la cara, y entonces éste te preguntará "¿Qué opinión tienes de mí? ¿Qué lugar le das a tus apetitos?".

    Al diablo no le sirve tener personas encadenadas, por muy felices que ellos crean estar. No le sirve que lo idolatren, sólo que lo acepten como parte integral de uno mismo. No se trata entonces de evitar, por ejemplo, el sexo, porque eso es evitar parte de lo que nos hace humanos; eso es no mirarlo a la cara, y el diablo va a encontrar la manera de ponerse frente a ti para que lo mires. Se trata, pues, de entender porqué el sexo (o el apetito o lo que sea), de encausar nuestras sombras, de darles un lugar en nuestra vida; sólo expresando lo que somos podemos trascenderlo.

     He escrito antes que el diablo es el primero de los locos. Esto forma parte de una historia que yo me cuento a mí mismo para entender mis propios diablos, y la relación entre cielo y tierra. Para mí, el diablo es el primero que se atrevió a pensar diferente: estaban ahí todos los ángeles con dios, contentos en su divinidad, en la paz; pero el diablo intuye que hay algo más. El diablo quiere comenzar un camino de experiencia para conocerse a sí mismo; quiere entender qué es esto que percibe, ese algo más, y entonces baja a la tierra, se mete bien profundo en ella, bien lejos del cielo para poder conocer lo nuevo.
   
     De alguna forma, el diablo intuye su densidad, su sombra, y decide explorarla. Eso hacemos los locos: buscamos un camino diferente, uno que nos haga sentido; el diablo inauguró este camino terrenal. Fue el primero de los ángeles en encarnarse para aprender, y luego muchos le han seguido (tantos como personas hay en el mundo); él los guía a través de las sombras porque él conoce de estas cosas. Los pone a prueba para que puedan encontrar su luz y aprender a no dudar de ella: sólo un desafío verdadero templa el espíritu de un guerrero.

     En el fondo, lo que intento decir es que así como dios está en todos nosotros porque somos parte de él, el diablo también está en todos nosotros y somos parte de él; ninguno es mejor que el otro, porque son sólo dos caras de la misma moneda. La verdad es que las representaciones las hacemos nosotros; la separación la hacemos nosotros; al universo le viene en madre si hablamos de dios o del diablo porque para él es todo lo mismo. La existencia separada es una ilusión creada por la conciencia de ser que tenemos los humanos, y la única función de esta separación es trascenderla. Para eso, comenzamos por admitir todo lo que somos, sin prejuicios; aceptarnos, amarnos como somos, y desde allí empezar a caminar.