La primera de mis lecturas (o escuchadas) fue un acuerdo absoluto. Pensé "claro que sí, tampoco quiero este ritmo de competencia y locura y agresividad: prefiero perder".
Pasado un tiempo, sin embargo, pensé: si tengo las capacidades para ganar, ¿por qué voy a preferir perder? ¿Por qué no participar? ¿Por qué no hacerme cargo de mi vida y, agradecido por mis virtudes, utilizarlas?
Esas preguntas ilustraron en mí algunos puntos: primero, si "ganar" es tener dinero y abundancia, "perder", ¿qué es?; segundo, sea lo que sea, "perder" sólo me puede perjudicar a mí, esto es, no ayuda a nadie; tercero, "ganar" es un objetivo, y como tal, un camino. No se gana sin esfuerzo y trabajo, y entonces quien gana se lo merece.
Quiero decir: el problema está en cómo vivimos la competencia, y no en la competencia misma. El problema no es que lo que yo gane otro lo pierde, porque eso tiene que ser así: la única forma de que el incentivo sea real es que la situación sea real; el que pierde tiene que perder de verdad y lo mismo el que gana. El problema es, entonces, que ponemos en la competencia nuestra importancia personal; que confudimos poder con dominación; que vemos el mundo como una serie de casualidades donde a cada uno le toca lo que le toca y así la competencia es injusta...
El mundo será por siempre predador, y todo en esta vida siempre será un desafío; tenemos que aceptar ese desafío e intentarlo con todo. Lo contrario es opacarse a uno mismo, y eso no le sirve a nadie. Lo que debe cambiar no es la competencia, son nuestros pensamientos.
Nosotros somos responsables de crear un mundo mejor -creyendo en él. Tenemos que creer que hay una razón para todo, tenemos que creer que la competencia es justa de por sí pues todos tenemos las herramientas necesarias para cumplir la particular misión que vinimos a cumplir (que no es otra que ser en plenitud, por cierto), que somos todos parte de uno; todo eso tenemos que creer para dar forma a un mundo mejor.
Pero creer no es algo que se dice y ya. Creer es entregar; creer es darle la posibilidad a algo de que influya directamente en nuestra vida; si yo creo que todos somos uno, tengo que vivir así, y saber decir que no cuando es no y que sí cuando es sí; saber ser tan respetuoso conmigo como soy con el prójimo y viceversa; saber que si le hago mal a alguien soy yo el primer afectado. Todo eso tiene que estar en mi forma de interpretar el mundo y los sucesos, de lo contrario no es creer, es sólo hablar.
Un ejemplo de creer es el mismo ritmo de competencia y locura y agresividad: si yo creo que está ahí, pues lo voy a ver, porque le estoy entregando esa validez. Le estoy entregando la capacidad de interpretar lo que veo. Si, en cambio, veo ese ritmo en las personas y no en el mundo, puedo saber que no por entrar en él seré como ellos, que no es necesario ser así para "ganar", que son ellos, y no el mundo, el que anda mal. Eso ya es una persona viviendo en un mundo mejor.
La última lectura es la que le termina de darle sentido a todo esto: ganar o perder no tiene ningún sentido cuando la muerte es la única cazadora. El ganador y el perdedor se van a morir, y a eso nadie le puede ganar; lo importante no es el resultado, si no el proceso; lo importante no es lo conseguido, si no lo vivido.
Es por esto que la relación entre creer y crear es tan estrecha: ninguna concepción de mundo jamás podrá ganarle a la muerte; ninguna jamás podrá explicar el orden universal porque siempre será parte de él; cualquier interpretación, por lo tanto, es igual. La única diferencia es para quien la vive. Para vivir en un mundo mejor, hay que creer que el mundo es mejor y estar dispuesto a meter a la misma muerte en ese paradigma; sólo entonces es verdadero.